domingo, 18 de julio de 2021

El príncipe por Oswaldo Reynoso





EL PRÍNCIPE (cuento) 

 
6 de agosto. (Vacaciones de medio año) Con púdica delicadeza de niña, Manos Voladoras guardó el dinero y, en una cargada atmósfera de miel de colonia, invitó:

– El que sigue, por favor.

Don Lucho, el dueño del billar “La Estrella”, quitándose el saco, avanzó al gran sillón, a través de reflejos azulinos.

– Corte alemán, como siempre.

Manos Voladoras con mirada provocativa y gesto resentido, contestó:

– Ya lo sé, Don Lucho. Conozco el gusto de mis clientes.

Corsario levantó la cara por encima del chiste que estaba leyendo y con ojitos pícaros rió. Los que esperaban turno sonrieron, deshonestos:

– ¡Jesús con estos muchachos! Para ellos todo, todo, todo tiene doble sentido.

Diligente como dueña de casa desplegó un paño blanco, blanco. Limpió acomedido máquinas y tijeras.Abrió un frasco de perfume y aspiró, goloso, y, con disimulo coquetón, se miró en el espejo. Don Lucho, entre tanto, prendió un inca. La claridad violeta de la peluquería se enturbió con el humo denso de tabaco negro. Fuera, a pesar de ser casi las cinco de la tarde, hacía oscuro: los días seguían nublados, irremediablemente. Después de muchos arreglos y aderezos de cirujano, Manos Voladoras se dispuso a trabajar.

– ¡Ay, Don Lucho! yo nunca me equivoco. Siempre dije que el Príncipe era el más roc de los muchachos del barrio.

– ¿Roc? -preguntó extrañado Don Lucho.

– Rocanrolero, pues, Don Lucho.

Corsario, desafiante y curioso, emplazó.

– Chismoso, qué hablas del Príncipe.

Manos Voladoras dejó tranquila la cabeza del dueño de “La Estrella” y dirigiéndose a Corsario, en tono de falsete, dijo:

– Que si no fueras ignorantón y leyeras los comercios de la tarde no me preguntarías. (Volvió a la cabeza de Don Lucho). Es un fastidio trabajar en este barrio. Aquí, nadies, nadies, nadies lee. Cuando trabajaba con Mario en San Isidro y…

– Déjate de esas historias, me las sé de memoria. El amo de “La Estrella” interrumpió colérico.

Entonces,Manos Voladoras, rápido y femenino, tomó de la mesa del centro un periódico y se lo mostró:

– Entérese, Don Lucho.

– ¡Qué desgracia para mi compadre!

Los conocidos del barrio salieron curiosos de su casi sueño dulce color naranja y miraron fijamente a Don Lucho.

– ¡Qué desgracia para mi compadre!

Corsario dejó el chiste y ansioso se acercó al gran sillón. Manos Voladoras lo espantó. (De seguro pensó: donde hay miel hay moscas).

– El Príncipe es el más roc de todos ustedes. (Corsario, dando vuelta al gran sillón, huía asustado de Manos Voladoras que, delicado, lo perseguía queriéndole meter la tijera en plena cara). Tengo muy bien entendido, para que lo sepas y lo pregones, que ser roc no sólo es usar bluyins y camisa roja: eso, es cáscara. Ser roc significa… bueno, por ejemplo, hacer lo que ha hecho el Príncipe.

– Pero Colorete lo gana. Repuso, pico a pico, Corsario.

– ¿Colorete? ¡Ay, ay, ayayayayay! No me hagas reír. Colorete es un antipático y un vividor, un-vi-vidor.

– Vividor, ¿no? Ahora se lo digo para que te pegue. Amenazó Corsario.

– Díselo, no le tengo miedo.

E1 señor omnipotente de “La Estrella”, con la cabeza medio rapada, gritó:

– Termina con mi cabeza y déjate de ventilar en público tus sucios enredos. ¿Habrasevistotaldescaro?

Manos Voladoras volvió a su faena. Corsario quedó pegado al espejo y no dejó de mirar “La Tercera” que todavía permanecía en manos de Don Lucho.

– ¡Pobre mi compadre! -seguía lamentándose el amo de “La Estrella”.

– ¡Pobre Príncipe, diría yo -contradijo Manos Voladoras mientras daba los últimos toques, rápidos y precisos, a la cabeza de Don Lucho.

– ¡Pobre mi compadre! tener un hijo tan sinvergüenza. En lo que ha terminado ese muchacho. Eso sí, yo nunca permití que pisara mi billar. Se hace el mosquita muerta y es capaz de chuparle la sangre a su mismo padre.

– No, Don Lucho, el sinvergüenza es el padre. No me diga que no; porque yo sin ser de la familia conozco las cosas de cerca, de-cer-ca.

– Más respeto. No hable de esa forma de mi compadre.

– No, Don Lucho, yo no tengo pelos en la lengua. Yo siempre, siempre digo lo que pienso, lo-que-pien-so-y-na-da-más.

Corsario, venenoso y burlón, intervino:

– Estás caliente con Don Jorge, porque en mi delante te prometió darte una pateadura si llevabas, otra vez, al Príncipe a tu jabe.

– Ve, Don Lucho, qué mal pensada es la gente. El Príncipe ha dormido una sola vez en mi casa y ni-siquiera-lo-he-mi-ra-do. Y durmió; porque su padre lo botó de su case, lo-bo-tó-de-su-ca-sa.

– Mi compadre no hace esas cosas.

– Desengáñese, Don Lucho, usted, más que yo, sabe que Don Jorge, desde que se le fue su mujer, no puede dormir solo; le gusta pasar la noche en compañía de cualquier arrastradita. Y como su casa es estrecha y su hijo duerme en el mismo cuarto y es un estorbo para sus aventuritas, lo manda al taller y mientras mi pobre Príncipe tirita el viejo sucio se revuelca calientito con alguna polilla cochina. No, Don Lucho. Un padre, un padre de verdad, un verdadero padre no hace esas cosas y menos tratándose del Príncipe que es tan bueno, tan humilde.

Y mientras Manos Voladoras hablaba con ternura de mermelada de durazno de su pobre Príncipe, Corsario tomó el pulverizador. Palomilla, chisgueteó en los ojos de Manos Voladoras; ágil, arranchó el periódico y, escurridizo, salió a la carrera.

Llueve, llueve, llueve fino. Llueve líquido algodón. Silueta azul, sudorosa y agitada, torea autos y tranvías. Morado pálido el viento frío. Con “La Tercera” en la mano, como bandera, va saludando a conocidos y cuñados. El asfalto brilla negro y el jebe de los zapatos amarillos resbala en el cemento. La neblina se deshace en la boca como helado de leche. ¡Quién lo hubiera creído!: el Príncipe con foto y todo en “La Tercera” y mañana, seguramente, en los comercios. Olor a lluvia: transpiración densa de barro y cemento; vaho tibio de gasolina y asfalto. Colorete va a tener envidia. El corazón está lleno de azúcar congelada. Autos y tranvías se aglomeran en calles estrechas. Corre, corre apresurado, atropellando gilas, a propósito. Cara de Ángel se quedará con la boca abierta. Ambulantes con carretillas impiden el paso. Pero Corsario con “La Tercera” en alto se desliza veloz, pidiendo perdón a señoritas asustadas. Manos Voladoras estará hablando, hasta por los codos, de su pobre Príncipe. La ciudad despierta de la neblina oscura y entra bulliciosa a la noche iluminada.

Espuma y oro líquido rielan y refulgen en mesas de metal. Radiola loca siete colores, siete maracas. Cubiletes y carajos caen violentos sobre mesas llenas de cebada. Colorete baila solo frente a la radiola. Natkinkón, moreno empedernido, tamborilea en una silla. El Rosquita se abraza a Carambola y en dúo acompañan al dúo del disco “Anliyuuu…” Cara de Ángel, vicioso él por el juego, interviene gozoso en el cachito sabatino que se arma con “los de la eléctrica”. De pronto, desde la puerta del café, Corsario grita:

– El Príncipe en “La Tercera” con foto y todo.

– A ver, luzmila para mi ojal – contesta gracioso

– El Príncipe en “La Tercera”: ¡PENDEJO!

Extienden “La Tercera” sobre la mesa y leen en

ROCANROLERO ASALTA Y ROBA

////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////

Anteanoche, el menor de 17 años Roberto Montenegro del Carpio (a) El Príncipe promovió mayúsculo escándalo en una casa de diversión de Prolongación México. Después de tenaz labor del Comisario y de hábiles
interrogatorios llevados a cabo por sus subalternos se descubrió que el citado delincuente había robado un  automóvil Ford 58 de placa particular Nº 39562. También se descubrió que el Príncipe, días antes, había asaltado
en plena vía pública a un indefenso cobrador robándole la estimable suma de diez mil soles.  Extraoficialmente nos hemos informado de que el joven rocanrolero sigue estudios secundarios en una Unidad  Escolar de la Capital. Llamamos la atención de nuestros educadores para que, de una vez por todas, enfrenten con valentía este agudo problema de rocanrolerismo.

Ansisos devoran la noticia y sorprendidos quedan en silencio

– Esto hay que celebrarlo.

Cara de Ángel, que ha ganado en el cachito con “los de la eléctrica”, pide cuatro pomos. Carambola pone “Ansiedad” y Corsario entusiasmado cuenta.

– Yo también he salido en los comercios, ¿ recuerdan? Apenas tenía catorce años y ya estaba aburrido de mi casa: todos los días había correa. Y el espeso del Borrao, ese de Normas Educativas, me llevaba bronca, me tenía asado.

– Ese desgraciao a mí también me tomó como punto -interrumpió Colorete.

– Vendí mi bici y con esa mosca me fui al sur. En Toquepala no encontré ni agua. Los gringos son bien malditos. Entonces, lueguito me fui a Tacna. Ahí conocí a un chileno: ¡Pendejo el roto! Le caí en simpatía y me consiguió un trabajito en un bulín. Serví como mozo por más de tres semanas. Putas: como mierda.
Yo era cabrito, como dicen allá, y toditititititas las noches me acostaba con una meca diferente. Me aburrí.
Tacna es bien triste: poca gente, pocos carros, poquísimos cines y la gente parece gallina: antes de las nueve, todos ya están acostados. Está bien para unos días y nada más.

– Mentiroso e’mierda. ¿Cómo, si eras menor de edad te dejaban en el bulín? Contesta; ya –preguntó desconfiado el Chino.

– Yayayayayaaa, calla, calla. Zafazafazafazafa. Eres más espeso. Deja que te cuente. Está bonito. Así fuera  mentira, qué importa -protestó Natkinkón.

– Entonces me vine a Lima, ¿recuerdan? Ahí, en la esquina, tú, Colorete, di, ¿no me contaste que me habían estado buscando como agua, que me buscaban por aquí, que me buscaban por allá, que mi foto y mis señas  personales salieron publicados en los comercios y que hasta por Radio Reló cada media hora pasaban la noticia de mi desaparición y que mi mamá y mi teclo estaban como locos? Ahí está Carambola que hasta me enseñó los comercios. Entonces recién me entró el miedo de volver a mi casa. Pero Cara
de Ángel me dijo: un día de cuera o todos los días de hambre, escoge. Preferí el día de cuera. Llegué asustado a mi casa. Cuando el viejo me vio se puso alegre y me abrazó. Mi viejita lloró y en la noche preparó arroz con pato. Natkinkón no quiso quedarse atrás y bullicioso dijo:

– Este zambo también ha salido en Te Ve y todititititos han visto mi cara en la pantalla del japonés.

– Negro bruto. Por salir así te botaron a patadas del canal -dijo Corsario.

– Pero salí, ¡ah!

– ¿Cómo fue, ah? -preguntó el Chino. Entonces el Rosquita contó:

– De pronto, sin que nadies se diera cuenta este negro e’mierda comenzó a tocar gemelas. Seguramente, en su familia hubo un músico: un tío, un abuelo, qué sé yo. Don Manuel, el del conjunto “Los Tropicales” lo contrató para que lo acompañara en el programa de Te Ve que tiene en el Canal 13. El día de su debut  había que verlo al mono éste, vestido con bombacha de colores. El pelo lo tenía, al principio planchado y brillante; pero, ¡carajo! la pasa no se esconde, compadre. Tremenda bulla que se armó en el barrio. Todos los de la Quinta pidieron al japonés que pusiera Canal 13, para ver a este Natkinkón en jodas. Salieron en la pantalla “Las Candelitas”, famoso dúo cubano, y, al fondo, como una mancha, en medio de más de diez músicos, estaba este negro hediondo, moviéndose como una puta. De un momento a otro, avanzó y en toda la pantalla apareció tremenda cara de mono y comenzó a saludar. Pucha, si es bruto mi cuñao. Lo sacaron a patada limpia.

– Pero mi cara salió en Te Ve y ahora las gilas se me echan.

– Te creemos, te creemos, Natkinkón en jodas.

El trago se terminaba y la guaracha de la radiola les metía fuego en la sangre. Colorete, distante y callado, pensaba en la hazaña del Príncipe. Le tenía envidia. El nunca había salido en los periódicos. Todos tenían una historia que contar, menos él. Pero cómo le hería el recuerdo del Príncipe.

– El Príncipe es un cojudo. (Gritó Colorete, borracho). Está bien lo del asalto y el robo del For; pero es un cojudo al dejarse chapar tan suave. Lo han encontrado con el bollo. Cualquier iniciado en la materia sabe lo que hay que hacer con el producto de un robo Ahí, no le tenía al Choro Plantado; por qué no consultó con él.

– ¿Qué, estás envidioso, no? -se atrevió a decir el Rosquita.

Colorete comprendió que su prestigio se deshacía como el hielo en verano: rápido, suave.

– El Choro Plantado debe estar en el billar, preguntémosle qué opina del Príncipe.

Se pusieron de pie, pagaron la cuenta y se encaminaron, derechitos, a “La Estrella”.

– Ya Don Lucho me habló del asunto -respondió Choro Plantado. Macizo, alto y medio achinado, movía distraídamente el taco, mientras, paciente, esperaba que su contrincante terminara la bolada.

– Ese muchachito promete. A ver, Don Lucho, dos pomos, por favor. Hay que tener cojones par asaltar y robar un For, solito, sin ayuda, sin campana. ¡Qué carajo! Conozco al cobrador ese. No es tan indefenso.

Es bien fuerte. (Miró con calma, como si el tiempo no corriera, la colocación de las bolas. Se inclinó a la  altura de la mesa y calculó con un ojo la posible trayectoria de su bola. Calmo y paciente, echó tiza al taco y, preciso y fuerte, taqueó: carambola. Durante su volada de quince no dijo nada, luego…) … lo único que no comprendo, como dice Colorete, por qué mierda no escondió la mosca y por qué no me habló del For, se lo hubiera desmantelado, y ni san puta lo hubiera encontrado. Bonito bollo se nos ha escapado de los dedos. (Sin apresurarse dejó el taco en la pared. Tomó una botella y sirvió, cuidadoso.) Salud contigo, Cara de Ángel. (Bebió y dejó el vaso en manos de Cara de Ángel. Despacio  fue al tablero y apuntó su bolada. Volvió tranquilo, siempre mirando la mesa)…. por la forma como ha trabajado se ve que es inteligente, que tiene sangre fría; pero, ¿por qué mierda se ha dejado chapar tan suave? No lo comprendo. Quisiera hablar con él.

La collera, después de discutir el asunto hasta altas horas de la madrugada, se dispersó en la puerta de La  Quinta. La neblina resplandecía con la luz amarillenta de los postes y había sueño; pero la foto del Príncipe como una herida le hincaba el pecho a Colorete. La hazaña del Príncipe le quemaba, le
mordía el corazón.

II

Mañana del 5 de agosto. Desde el fondo de un canal negro se acerca una llamita naranja. Crece, crece y todo lo invade: naranja, transparente con venas azules. Ahora, huevo oscuro con aluminosa; corona verde brillante se aleja en
violeta y se pierde y se pierde en morado intenso. Círculos y estrellas pequeñísimos nacen y mueren interminablemente. Este globo enanito, del fondo, nace rojo; se acerca grande, amarillo; gigante, verde, se aleja, se aleja; muere: puntito azul. Arena menudita cae, violentamente, en silencio, como

cataratas de piedras. Finísimos alfileres hierven en los pies: hormigueo bullicioso. Cómo abrir los ojos, cómo mover los pies sin sentir las agujas que trepan como arañitas electrizadas. Frío en la espalda y en el pecho y en las manos y en los pies. Cómo abrir los ojos si una luz intensa los oprime. Y después de todo hoy no hay colegio. Nuevamente el verde que se agita en las olas rojas y Alicia en la playa me ve y se va con Carambola. Quedo solo en medio de la calle: amanece. Lloro, lloro, inconsolablemente.

Todo está perdido. Estoy solo, solo, y tengo ganas de morirme. El nublado de la mañana enceguece. En el fondo de uno mismo, más adentro del pecho, se agranda un puñal helado, ardiente. Y es imposible contener el llanto y es imposible contenerlo. La misma sala de anoche, pero sin gente. “Es peligroso que esté con los otros”, dijeron y tuve que pasar el resto de la noche sentado en esta silla del Departamento de Delitos Contra el Patrimonio. Serán las siete, será más tarde: lo mismo da. “Pero de todas maneras, López, mañana temprano hay que hacer ese parte”, dijo el Jefe antes de irse, anoche.

Este López es bruto y flojo como mandado hacer. Ya van tres papeles arrugados en el canasto y no pasa del título del parte. Minucioso, aplicado y limpio como el chancón de la clase; pero animal. Coloca el papel: lo cuadra, revisa las copias, las endereza. Enciende un country. Busca un cenicero. Lo encuentra. Tira otra chupada. Detiene el humo en la boca. Luego, hace argollas. Las mira hasta que se deshacen en el techo. Se vuelve a sentar. Se quita el saco. Se arregla las mangas de la camisa. Mueve los dedos (para que se calienten, dice él). Mira el papel en blanco y se queda en babia. De pronto se entusiasma y arremete valiente con las teclas. Se equivoca. Rompe el papel. Y, nuevamente, se prepara.

El Príncipe lo sigue con los ojos, lo examina, atentamente, y como una muchachita ingenua está que se come la risa. Ya no recuerda que ha despertado llorando: mejor. Por fin, el encabezamiento salió correcto,
impecable, limpio, subrayado.

– Tu nombre completo.

– Roberto Montenegro del Carpio

– … d-e-l-C-a-r-p-i-o. A ti te dicen el Príncipe, ¿no?

– Sí, señor.

– ¿Por qué, ah?

– No sé, ¿ah?

(Si Lima es Ciudad de los Reyes por algo será. Robertito, tú tienes toda la facha de un Príncipe. Eres un auténtico hijo de Lima. -Y, ¿cómo sabes tú, cómo es la facha de un Príncipe? -le pregunté asombrado a Manos Voladoras. Entonces, él, afeminado como siempre, con ese tonito que me da risa, respondió:
-No hay  necesidad de ver príncipes de verdad para imaginarse cómo son. Se les conoce por lo que dicen las novelas, por lo que se ve en el cine y por un poquito de imaginación. Y, aunque vistas pobremente, disculpa la franqueza, porque no siempre el hábito trace al monje, tu estilo tan aristocrático de caminar, tu forma tan orgullosa de mirar, tu manera tan afectuosa de dar la mano y, sobre todo, el color mate pálido de tu tez y tus ojos tan grandes y tan altivos, tan negros y tan redondos denuncian, aunque no lo quieras, tu realeza, tu sangre azul. In-dis-cu-ti-ble-men-te-e-res-un-Prín-ci-pe. To-do-un-Prín-ci-pe-.
Y desde ese día se le metió en la cabeza que yo era un Príncipe. Porque Lima, siendo Ciudad de los Reyes, tenía quetener un Príncipe. Y me quedé con la chapa).

– ¿Edad?

– Diecisiete años cumplidos, señor. Disculpe, señor; pero diecisiete se escribe la primera con ce y la segunda con ese, y no las dos con ese, señor.

– Yo sé cómo escribo. ¿En qué año estás?

– En Cuarto de Media, señor.

-¿Padres?

– Mi mamá murió trace tiempo. Mi papá vive todavía, señor.

– Déjate de tanto señor.

– Está bien, señ… -pícaro y palomilla, se tapó la boca.

– Diga el interrogado ¿cómo fue que asaltó at Sr. Arce?

(Un cartapacio resbaló de las manos de un pasajero que se había quedado dormido. E1 ómnibus de Matute se movía escandalosamente. Recuerdo que yo estaba en el estribo, gorreando. De repente, el señor se despertó y, al no encontrar su cartapacio, armó tal bulla que el chofer tuvo que parar el vehículo.
Pero al encontrarlo en el suelo se alegró y, en alta voz, dijo que ahí llevaba más de diez mil soles. Sorprendido, paré la oreja. Para colmo de mis males, el señor ese tenía que bajarse en la misma esquina en que yo tenía que apearme. Varias cuadras caminé tras él. Se encontró con amigos y entraron
a una cantina. Paciente, esperé fuera por más de dos horas. Salió solo, los demás quedaron quemando. Ese tal Arce fue el culpable de todo: porque si él, en el ómnibus, no dice que tiene diez mil tacos, no se me hubiera despertado la ambicia y porque si se va derechito a su choza, sin quedarse en la cantina,
no se me hubiera entrado la tentación. Pero eso no es nada, sino que se le antojó ir a casa de Gaby, la de las mecas. Ahí, la calle es bien oscura y casi no hay gente a esas horas. Me distancié un poco. Tomé valor. Apreté la carrera. Lo atropellé. Y fino, le arranché el cartapacio. Corrí como loco. Llegué a la
Quinta. Debajo de las gradas conté el dinero.

Mentiroso el viejo: apenas había cinco mil y algunos cheques por cobrar que no alcanzaban a mil quinientos tacos. La ambicia, compadre, que si yo rompo esos cheques, nadies me agarra. Y, por último, el tal Arce debe estar agradecido: que si cae en manos de maleantes, me lo cortan).

– Oye, ¿te has comido la lengua. No sabes hablar?

– Pero si los tiras están para averiguar el delito. Si yo lo cuento todo no hay gracia.

– ¡Ah, carajo! ¿Dónde crees que estás? ¿Con quién crees que estás hablando, mocoso e’ mierda?

El auxiliar López se puso en pie y le largó dos fuertes y sonoros sopapos. El Príncipe, sin perder su dignidad, con las mejillas sonrosadas, conteniendo las lágrimas y mordiéndose los labios, quedó en  silencio, mirándolo con clase, resentido.

– Si quieres, contestas; si no, te jodes.

Dos brasas le quemaban el rostro. La boca la sintió amarga y tuvo ganas de tirarle el tintero por la cabeza. E1 auxiliar López, frío e indiferente, escribía: “el interrogado se niega a responder”.

– Vamos con la otra pregunta. ¿Cómo es que robaste el auto?

(Al día siguiente del asalto, por la mañana, me fui al centro y en Marqueti me compré un pantalón negro, americano, tres casacas bien rocanroleras, dos tabas, como la gran puta, de becerro importado. Compré también cuatro cajetillas de Salen. Y en Oesle, después de enamorar a las vendedoras, le compré para la Alicia un vestido de lana).

– ¿Vas a contestar o no?

(Cuando ya regresaba a mi casa, al cruzar la Avenida Tacna, vi un For. ¡Pucha si estaba bobo!: lo habían dejado con la llave en el motor y con las ventanas abiertas. Se necesitaba ser muy gil para encontrar así un For y no choreárselo. Tranquilo y sereno abrí la puerta. Me senté bien cómodo, como si fuera mío el carro. Encendí el motor y allá me fui, despacito no más, para que el tombo no se diera cuenta).

– Lo robé no más, pues, señor.

– Diga el interrogado cómo fue que aprendió a manejar automóvil.

– Mi papá, que es dueño de un taller de reparaciones, me enseñó, señor. (Ves que trabajo todo el día y ni  siquiera me ayudas. Desde mañana, sin falta, te enseño a manejar carro, para que puedas ayudar en el taller).

– ¿Puedo hacerle una pregunta, señor?

E1 auxiliar López lo miró y siguió escribiendo.

– Me puede decir ¿por qué el señor ese del carro dejó la llave y las ventanas abiertas?

López quedó silencioso y recordó: (Sí, señor, como le digo, llegué apurado al Banco. Se me vencía una letra, en último día. Ya iban a cerrar la oficina, así es que salí a la carrera del auto sin darme cuenta que había dejado las llaves. ¡Qué descuido, por Dios!).

– Diga el interrogado ¿cómo fue que pasó la tarde del robo y en qué invirtió el dinero robado?

(Al llegar al barrio me encontré con Cara de Ángel y lo invité al carro Subió y nos fuimos al Callao.

Ahí almorzamos y tomamos vino. Cara de Ángel asustado me hizo varias preguntas sobre la mosca y sobre el carro. Le dije que me había ganado plata en las carreras y que el For era del taller de mi teclo.
Como a eso de las tres de la tarde regresamos. Lo dejé en el billar y le regalé más de cien tacos de verdad).

– ¿Tampoco contestas a esta pregunta, no? Solito te estás jodiendo.

Mientras el auxiliar López escribía cuidadoso, el Príncipe se mordía las uñas y seguía atento el vuelo de una mosca, que por fin salió por la ventana.

– ¿Qué hiciste después del robo, ah?

(Rapidito me fui a casa de Alicia. Silbé. Salió. Y estaba bien rica: ojerosa y con olor a cama sucia que  arrechaba. La invité al cine. Me dijo que su mamá no la dejaba salir y que, además, tenía dolor de cabeza. Siempre lo mismo conmigo. Con Carambola es diferente. Para Carambola no hay dolor de cabeza. Para
Carambola, su mamá la deja salir hasta de noche. Y ¿por qué, entonces, coquetea conmigo? Le enseñé el carro: se asustó; le di el paquete, lo abrió y, al ver el vestido, casi se desmaya. -Pero Príncipe ¿qué has hecho? ¿De dónde has sacado carro y plata? -repetí la historia que conté a Cara de Ángel. No me
quiso creer. -No me comprometas. Eres un ladrón. Déjame en paz-. Y se fue a la carrera. Si yo fuera Carambola, de seguro habría recibido el vestido, y, más que seguro, hubiera subido al carro. Todo se fue al agua. Y yo que pensaba llevarla al cine, invitarla a la Crenrica y en el anochecer ir con el auto
hasta Chosica. Le hubiera besado las manos y nada más. En ese momento la odié, la quise ver muerta, muerta; pero, ahora, qué raro, la quiero. No hay caso, estoy sufrido por ella. Templado hasta la remaceta).

– ¿Parece que no te das cuenta de tu situación, ¿no?

– Si usted lo dice, será así.

(Caliente me enchaté. Estuve solo en una cantina y toda la tarde puse boleros y guarachas en la radiola.
Ya en el anochecer me encontré con Manos Voladoras. Afeminado, como siempre, me besó la mano. Entonces, le dije: Gracias, madán. Le hice una venia y lo mandé a la mierda. ¡Pobrecito!)

– Diga el interrogado si el asalto y el robo lo cometió solo o acompañado.

– Yo solo me basto.

– Sigues insolente, ¿no? Diga el interrogado ¿cómo fue que llegó a la casa de diversiones de Prolongación
México?

(Más bruto es este auxiliar López: llegué, pues, en coche, ¡carajo!).

– Tan mocoso y tan sabido, ¿no?

(Desde las vacaciones de fin de año, cada quince días, voy a casa de Sabina a donde Dora. Parece que Dora se enamoró de mí. Dora, pues. Esa chinita de 28 años, más o menos, que baila suavesísimo y que se pega como lapa, la conoces, ¿no? Cuando estaba en su cuarto ella misma me desvestía. Me daba
vergüenza y le pedía que apagara la luz; pero Dora, caprichosa, no hacía caso y me acariciaba, tierna, todo el cuerpo. Asustado, escondía mi cara en su pecho y me abrazaba fuerte, entonces, ella, suspendía mi rostro, me besaba dulcemente los ojos y decía loca, triste y llorosa. -¡Mi muchachito, mi muchachito!-.

Creo que la llegué a querer y creo que ella también me quiso; porque nunca me cobró, al contrario, me
invitaba cerveza).

– Diga el interrogado cómo fue que la fémina esa lo denunció y ¿por qué?

(Apenas la vi le enseñé la plata, le obsequié el vestido y la saqué a la calle para que viera el auto. Cuando regresamos al bulín, ella, triste y decepcionada, me dijo -Así, con plata, regalos, carro, ya no te quiero. Me gustabas como chicoquito pobre, abandonado. Andavete. No vuelvas más por aquí. La agarré fuerte y ella creyó que le iba a pegar. Gritó y, en menos de un segundo, hombres altos y morenos me rodearon. Hasta ahora no me explico en qué momento llegó el patuto. E1 caso es que un sargento me llevó, casi en peso, hasta el For robado y, ahí, se descubrió el pastel).

– Hemos terminado el parte y casi nada has contestado. Fíjate, has robado más de cinco mil soles y un auto y en menos de veinticuatro horas te hemos capturado con todo. No hay caso: eres un cojudo.

(Sí, soy un cojudo, pero por culpa de Alicia y de Dora. Manos Voladoras también tiene la culpa. Siempre con la misma vaina: eres un Príncipe, eres un Príncipe. ¿Y cómo, en la Ciudad de los Reyes, un Príncipe
sin auto y sin plata?: la hueva, compadre).



jueves, 15 de julio de 2021

Cara de ángel por Oswaldo Reynoso




 CARA DE ÁNGEL (Cuento)                                      


Febrero. (Un día cualquiera).  2 p.m.

 Metió las manos en los bolsillos y fue más hombre que nunca.


“El semáforo es caramelo de menta: exquisitamenta. Ahora, rojo: bola de billar suspendida en el aire”.

El sol, violento y salvaje, se derrama, sobre el asfalto, en lluvia dorada de polvo.


“Así me gusta: bajo el sol, triste, y con las manos en los bolsillos. (Sólo los viciosos tienen esa costumbre). ¡Al diablo con la vieja! Con las manos en los bolsillos. Porque quiero. Porque me da la gana”.


Entró por Moquegua al Jirón de la Unión.


“Esa camisa roja que está en la vitrina es bonita, pero cara. Es marca B.V.D. Todas las vitrinas deberían tener espejos. A la gente le gusta mirarse en las vitrinas. A mí, también. El color rojo de la camisa haría resaltar la palidez de mi rostro. Estoy ojeroso: mejor. Tengo el cabello crecido: mucho mejor. Cara de Ángel: sí. Nunca: María Bonita. Ni mucho menos: Mará Félix. Que no se les vuelva a ocurrir llamarme así; porque les saco la mierda. No tengo cara de muchachita. Mi cara es de hombre. En mi rostro ya se vislumbra una pelusilla un poco dorada que, de aquí a tres meses, será una barba tupida y, entonces, usaré gillete. Si los muchachos del billar supieran lo que hice con Gilda, la hermana de Corsario, nunca volverían a llamarme María Bonita. Se prendió de mi cuello mordiéndome la boca. Por broma dije: Mi boca no es manzana dulce. Entonces la mocosa refregó, violentamente, su cuerpo contra el mío. No quiso que le agarrara las piernas. Tan sólo pude estrujarle los senos. Su ropa interior era de nailon: resbaladiza, tibia, sucia, arrecha. Recuerdo que era roja como la camisa de la vitrina. (Rojo es color de serrano, dice Manos Voladoras, el afeminado de la peluquería, entornando los ojos). Con esa camisa mi rostro estaría más pálido. Me compraría un pantalón negro. Me compraría gafas oscuras. Tendría pinta de trasnochador “dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias de una vida intensa”, como dice Choro Plantado, el borracho de mi cuadra. Y mis diecisiete años, a lo mejor, se transforma en veinte. Ahorititita, le saco la mierda a ese viejo que simula ver la vitrina cuando en realidad me come con los ojos. Está mira que te mira que te mira. Pensará: camisa roja y pichón en cama. Simulo no verlo. Su mirada quema. Seguramente estoy sonrojado. Eso le gusta: inocencia y pecado. Está nervioso. No se atreve a dirigirme la palabra. Clavo mis ojos en los suyos, como jugando, para avergonzarlo. Desvía la mirada. Miro la camisa. Él me mira. Lo miro. Y, él, mira la camisa. Mejor hay que sonreír. Si me voy, él me sigue. Si me quedo, él me habla. ¡Esto es un lío! ¡Un lío! Hace días uno de esos me siguió más de veinte cuadras. No decía nada. Iba detrás de mí: incansable, silencioso, avergonzado. Entré a mi casa. Comí. Salí al cine, con la vieja. Y él, triste, se perdió al llegar a una esquina. ¡Pobrecitos! Parecen perros hambrientos, apaleados, corridos. Pero, ¡qué caray!, uno no puede ser carne de ellos. Por fin se acerca. Habla. Contesto: Sí. Sí, me gusta la camisa… Pero, no lo conozco… ¿Qué? ¿Qué quiere ser mi amigo? ¿Para qué?… ¿Por gusto?, ¿simpatía? No, no lo creo… ¡Ah ya! ¿Obsequiarme la camisa? ¿A cambio de qué?… Ya las paro. ¿A su casa? No, no señor, no, disculpe. Si desea le presento a un amigo… ¿Conmigo? No… ¿a la playa? No, me hace daño el agua salada…  ¿A los ojos? No, al estómago… ¿Al cine? Tampoco. La oscuridad me ahoga. (Con Yoni, sí. Yoni, compañero de clase: loquita: buenas piernas en la oscuridad con chocolate, con fruna. Las piernas de Gilda son mejores. Uno de estos días se las toco). Pierde su tiempo conmigo. Ahí nos vemos”.


Sacó las manos de los bolsillos. Bajó la cabeza. Dio una patada en el aire. Levantó un brazo más arriba de la nuca. Se mordió las uñas. Esbelta y triste quedó su imagen, en relieve, contra el sol. Las tiendas del Jirón de la Unión permanecían cerradas. Poquísimas personas transitaban por el centro de la ciudad. El viento, opaco y caluroso, levantaba hojas de periódicos amarillentas y sucias. La tarde —lenta, sudorosa, repleta de sonidos sordos y lejanos — se levanta la niña. La ciudad soportaba el peso, salvaje y violento, del sol.


“Es una vaina venir por estas calles. Uno siempre se ha de encontrar con locas. Que lo miran. Que lo siguen. Que le hablan. Que le ofrecen hasta el cielo. Y, ¿por qué siempre tienen que mirarme? Mi cara tiene la culpa. Sí: Cara de Ángel. Cuando gano plata en el billar mi vieja cree que ya estoy con uno de esos y, sin averiguar nada, me pega. Hoy me ha pegado. No me quiere. Para ella debo ser ensarte, triple ensarte”.


Metió las manos en los bolsillos y quedó más hombre que nunca.


Elástico y calmo, avanza por el Jirón de la Unión.


“Siempre he sido un tonto. Siempre he querido ser hombre. Pero siempre he fracasado. Tengo miedo de ser cobarde. A los soldados —no sé dónde lo he leído —. Antes de la batalla le dan pisco con pólvora para que sean valientes. En lugar de pólvora, que no puedo conseguir, como fósforos y sigo siendo cobarde, sin embargo. Si uno quiere tener amigos y gilas hay que ser valiente, pendejo. Hay que saber fumar, chupar, jugar, robar, faltar al colegio, sacar plata a maricones y acostarse con putas. He intentado todo, pero siempre me quedo en la mitad, ¿será porque soy cobarde? Mi vieja, también, tiene la culpa. Me trata como si aún continuara siendo niño de teta. Y lo peor del caso es que me trata así delante de los muchachos de la Quinta y me expone a burlas. Siempre tengo que trompearme para demostrarles que soy hombre. El otro día, a las cinco de la tarde, me envió a comprar pan. No quise ir: al Collera estaba en la esquina. (Colorete gritaba enfurecido). Protesté, pero al final, como siempre, se impuso la vieja. Saqué la bici y, pedaleando a todo full, pasé por la esquina. Me vieron. Compré pan. Al volver los vi en la puerta de mi Quinta. Cuando quise entrar, Colorete cogió la bici. Con sonrisa maligna dijo: “Zafa, zafa, no te metas con hombres. Aquí nadies es niñito de casa. Carambola, di: ¿alguna vez has ido a la panadería por mandado de tu vieja? No. Ves. Aquí sólo hay hombres. ¡Hasta cuando no te desahuevas!” Quise pegarle, pero sin darme cuenta dije: “¿Acaso he comprado pan para mi casa? Es para mí. Me gusta comer pan. En las mañanas mi vieja compra para todo el día”. Colorete, poniéndose serio, repuso: dije: “A nosotros también no gusta comer pan”. Y sin darme tiempo, tomó la bolsa y repartió el pan. Comimos, en silencio, sin mirarnos, como si estuviéramos cumpliendo una tarea penosa, colegial, aritmética. Uno a uno los muchachos se fueron. Al final, sólo quedó Colorete. Me asustó con la mirada. Ya no había cólera ni burla en sus ojos: había ternura, extraña, terrible. Cuando se dio cuenta que lo miraba, se avergonzó. Quise darle la mano y decirle: “Te comprendo”. Pero qué difícil es sincerarse sin cebada. Sé que esa tarde Colorete quiso decirme algo, sin embargo, calló: tuvo miedo. Sin decir nada se fue. Esa noche no pude dormir. Resonaban las palabras de la vieja, pobre vieja, pobre: “Ya no sé qué hacer contigo. Toda la plata que te doy te la juegas. Eres un mal hijo. ¿Dónde está el pan? Me vas a matar a colerones”. Esa noche hubiera sido bueno llorar”.


Olor de gasolina en el viento sofocante.


“En estas vitrinas hay relojes, chocolates, esclavas, pantalones americanos, camisas, tabas, ropas de baño. Si uno tuviera plata… Y es bien fácil conseguir dinero. Lo único malo es que la vieja lo averigua todo. “¿De dónde sacaste esa camisa? ¿Quién te la dio?” Y la cantaleta no termina. Hace poco no más, los muchachos del billar, la collera del barrio, planearon el robo de una moto. El trabajito salió como el ajo. El dinero que se consiguió tuvo que gastarse en cine, en carreras, en cebada, en cigarrillos finos. No se puede comprar ropa, para no meterse en pleitos con la vieja. El único que hace lo que le da la gana es Colorete. Grita y se impone y, si el viejo protesta, le saca en cara su negocio, su cantar: el viejo, su viejo es cabrón. Por eso Colorete no sólo roba, sino hasta se vive, públicamente, con un maricón que dicen que es doctor”.


Llega a la Plaza San Martín. El sol opaco y terrible cae sobre los jardines. Obreros, vagos, soldados y marineros duermen en el pasto: sueño sudoroso, biológico, pesado.


“Cómo quisiera estar en la playa: arena; gilas en ropa de baño; carpas de colores, como los circos; espuma; música; olor a mariscos; ojos sedientos de mi cuerpo delgado, elástico y pálido dorado. ¿Y si la Plaza se transformara en playa…? Siento, en no sé dónde, una pereza blanda, como si fuera algodón. Ahora, sube por la garganta y no puedo contener un bostezo delicioso, esperado, que me hace lagrimear. Tengo sueño. Me parezco al gato de la señora vecina cuando se echa patas arriba, hambriento de gata, bajo el sol”.


Medio día. Plaza San Martín: bocinas, pitos, ultimoras, tranvías bulliciosos. El cielo, pesado y ardiente, sofoca. La sangre arde. Cara de Ángel: tendido en el pasto.


“Y si la Plaza fuera un cementerio: cementerio ardiente, sin flores, con muertos enterrados, verticalmente. Entonces vendría el viento marino del Callao y dejaría al ras del suelo cráneos podridos; y los muertos en invierno se juntarían, para no sentir frío; y en verano se echarían en el pasto para que el sol los caliente; y los autos tendrían miedo de atropellarlos; el patrullero, de vez en cuando, les traería comida y emoliente; y en las noches brillarían con los avisos luminosos: mar con botes de colores… Y si los muertos fueran los manifestantes de ayer, hubiera sido formidable que anoche, el Jefe del Partido, encabezando el suicidio colectivo, se hubiera lanzado del balcón, una vez terminado su discurso, y todos, todos, hasta los policías se hubieran muerto y anoche un señor dijo que el Jefe hablaba para la juventud y no entendí nada y a mi papá lo tomaron preso por meterse en política y mi mamá siempre dice que era bueno y que la política lo mató y yo no sé nada de política no me interesa tampoco y quisiera cagar en el palacio del Presidente por gusto por joder y el profesor de historia con la lata de la higuera de Pizarro y que los almagristas lo mataron y que me daba sueño y que me hacía mojar la cabeza y es peligroso dormir con la cara al sol uno quiere despertarse y no puede como si se estuviera muerto y se quisiera resucitar estoy sudando y me gusta el olor de mi cuerpo el olor de las muchachas de mi barrio me arrecha sobre todo en verano tienen olor a pescado a fierro en inverno no se lavan y apestan rico las manos de Gilda olían a marisco a mar las piernas de Gilda buenas buenas buenas esta noche voy a México y no tendré miedo y el viejo si insiste un poco más casi me lleva da asco con viejo pero la camisa roja bonita Colorete es cochino con Yoni tal vez quince días que no me lo toco y parece que revienta con el sol las bolas hacen carambola jardinera dados gigantes que chocan contra el mar siempre siete siete cuando se pierde los senos de Gilda con leche tibia y dulce playa mar ruido olas música azul con verde miel helada con la lengua agridulce retumba en ola en roca el mar roca en agua y ola tumbo en tumbo roca amor en roca Gilda en roca cara sol Yoni mar en cine fruna en mar roca roca en tumbo cara roca mar mar marmarmarmarmar amar amar amaaaaar”.


                                                                                                       

                                                                         II

4 p.m. del mismo día


—Que no se escape.

La collera del barrio, bulliciosa, en tropel (manada de cervatillos montaraces), llega al Paseo de la República. 

—Cruza, cruza, rápido.

Colorete sujeta del brazo a Cara de Ángel que es llevado a la fuerza.

—Cuidado viene auto. (Se agitan como patos).

Atraviesan la calle y se dirigen a la parte más tupida y oculta del Parque de la Reserva. (Pantalones negros, azules celestes; camisas rojas, negras, amarillas se estremecen delirantes entre ramas verdes).

—Sácale la mierda. 

El cielo estaba nublado, sucio, triste. El calor es más intenso. Todos están ahí: Corsario, Natkinkón, el Príncipe, Colorete (el capazote de la collera), el Chino, el Rosquita, Cara de Ángel, Carambola.

—Quítale la plata.

Los cuerpos parecen que tuvieran miel y las camisas se pegan, tibias. El olor agrio y ardiente de las axilas se mezcla, violentamente, con el vaho húmedo y suave del césped. Hay furia. Ganas de quedarse en la mitra del Papa. Cara de Ángel, pálido, no puede hablar: tartamudea. Sabe que Colorete le lleva bronca. 

—¡Desahuévalo! (Grita Carambola).

Lejos: autos y tranvías pasan veloces. Cara de Ángel quiere correr, abrazar a su mamá y pedirle perdón por todos los colerones. 

—Ya maricón, ¡defiéndete! (Empieza Colorete)

Estaban frente a frente, midiéndose. (Gallitos feroces). Los demás hacen ruedo. (Gallinas atolondradas).

—Éntrale, éntrale sin miedo, María Bonita.

Todos ríen. Cara de Ángel sabe que su rival es cobarde y traidor, que sabe dar buenas chalacas, que tiene una zurda fuerte y mañosa, y sabe defenderse la cara y otras cosas y que, además, cuando se ve perdido, “acaricia con la uña” que siempre carga en el bolsillo.

Hay cólera y odio animales en los ojos grandes y biliosos de Colorete. Transpira, cierra y abre los puños, desesperado. Escupe a un lado y a otro, nerviosamente. Cara de Ángel sigue pálido, con las manos en los bolsillos, esperando el ataque. Trata de explicarse el porqué la bronca que le lleva Colorete. Busca en el recuerdo algún incidente ofensivo; pero lo único que recuerda es que siempre fue bueno con Colorete. O a lo mejor, así como existe simpatía natural, espontánea; existe también odio instintivo, natural, espontáneo. De pronto, algo se quiebra, se desmorona, en su interior y se duele por él, por sus amigos, por su mamá. En el pecho siente un charco helado que lo hiere. Cómo quisiera que, de un momento a otro, Colorete le diera la mano, que los muchachos dijeran: “No te asustes, Cara de Ángel, todo esto es un juego: te queremos”.

—¡Desahuévate, María Bonita! ¡Éntrale!

Colorete se avienta furioso, lo toma por la cintura y cae al piso. Ágil, con las piernas, le hace tenaza en el cuello. El rostro de Cara de Ángel se enrojece y las piernas de Colorete ajustan, nerviosas. Sorpresivamente, Cara de Ángel le toma el brazo y se lo tuerce por la espalda; libera el cuello y aprovecha para montarse sobre su rival. Colorete se encabrita y logra incorporarse botando al suelo a su enemigo. 

—Espérate, espérate, María Bonita, me voy a quitar la camisa.

Los contendores se quitan la camisa. Colorete, orgulloso, exhibe su pecho moreno y musculoso; Cara de Ángel, pálido y delgado, se avergüenza. Nuevamente, se trenzan. Ahora, Cara de Ángel está echado boca abajo y Colorete está jinete sobre él, torciéndole el cuello ajustando fuerte, al mismo tiempo, qué, ansioso, mete la cara por los sobacos de su rival y aspira con deleite. (Le gusta el olor de mi cuerpo, piensa Cara de Ángel). Voltea el rostro y lo mira. Los ojos de Colorete ya no tienen furia, tienen un brillo extraño que asusta. Es el mismo brillo y la misma ansiedad que vio en los ojos de Gilda la noche que casi le toca las piernas. Cara de Ángel siente miedo desconocido y oscuro. Hay un vacío vertiginoso en el estómago, como si se estuviera en el último piso del Ministerio de Educación y el asfalto negro de la calle atrajera, irresistiblemente. Desesperadas las manos se prenden al pasto y grita.

—¡Estás armado, mostacero de mierda! ¡Déjame!

Cara de Ángel se incorpora furioso. Los muchachos ríen y hacen cargamontón. Colorete sale sudoroso y ordena que le quiten, a Cara de Ángel, el dinero que les ganó en el cracp. Lo aprisionan y le hurgan los bolsillos, pero no encuentran plata. (Cuando fue el baño escondió entre las medias tres libras).

—No hay nada

—Debe habérselas guardado en los zapatos

Cara de Ángel lucha desesperado, no por el dinero, sino porque tiene los pies sucios, las medias están que apestan y le da vergüenza, en pleno verano cuando todos se bañan y andan limpios. Le preocupa la opinión de Colorete. Piensa: ahora, él, me odiará más, sabrá que soy sucio, que no me gusta lavarme los pies. Por fin, lo dominan y le sacan los zapatos, luego las medias y aparecen tres libras húmedas y hediondas. El Rosquita las lava en la pila. Cara de Ángel ha quedado tendido en el suelo, escondiendo los pies. Colorete lo mira con disimulada ternura y expresivo asco.

—Cochino, sucio, sucio. Te creía limpio. Pero me gustas más así: sucio. Un día de estos te agarro, de verdad.

—Esta noche hay cebada. (Grita el Rosquita).

—Oye tú. Hasta ahora nadie me ha dicho mostacero. Tú acabas de decirlo y eso no lo perdono. Saca los dados. Vas a ver quién es Colorete. Vas a jugar conmigo, conmigo, y quien pierde se la corre, aquí mismo.

Cara de Ángel tiene que aceptar el desafío, de lo contrario, hablarán mal de él.

—Tira, tu primero. Número mayor gana. (Dice Colorete).

Cara de Ángel toma los dados, les echa un poco de saliva y los mueve como si estuviera celebrando culto a una deidad misteriosa, sangrienta. Los deja caes suave; ruedan: marcan diez.

—¡Qué lechero! (Grita Natkinkón).

Colorete recoge los dados. Escupe a uno y otro lado. Cierra los ojos y tira los cubiletes: marcan once.

—Córretela. (Ordena Colorete).

Cara de Ángel se tiende al suelo de costado; quiere llorar. Piensa que ya no podrá ir a México; quince días que se ha contenido: ¡para esto!

—Si quieres, mira esta foto. (Dice Corsario).

Del bolsillo trasero del pantalón saca una foto y se la enseña. Se pelean por verla. Cara de Ángel ve una mujer desnuda que está agarrándose los senos. Cierra los ojos y piensa en Gilda.

—Ya, de una vez, o te agarramos entre todos. (Grita furioso, Colorete).

Todos se quedan en silencio. Sólo se escucha, a lo lejos, el ruido de autos y tranvías y, de vez en cuando, pitos; cerca: el respirar agitado de los muchachos. Cara de Ángel siente una profundidad dulce y una humedad turbulenta en la boca. Un olor picante a madera, a manzana, lo transporta a los brazos de Gilda. Corsario le mira el rostro arrebatado. El Chino, como hipnotizado, no deja de mirarlo. Carambola, asustado piensa en Alicia cuando baila; el Príncipe, también piensa en Alicia y recuerda a Dora. Natkinkón, en cuclillas, sonriente, se come las uñas. El Rosquita, gracioso y palomilla, da vueltas y no puede contener la risa pícara. Colorete, solo, distante, con las manos en los bolsillos, sin camisa, con la espalda llena de pasto y sudor respira agitado sin dejar de ver a Cara de Ángel. La tarde se ha detenido. Colorete piensa que está solo, absolutamente solo en el mundo y siente un dolor terrible en los testículos. De pronto, gritan y aplauden; se empujan, unos a otros; miran el cuerpo de Cara de Ángel y se van a la carrera. El Rosquita, por delante, sale del Parque de la Reserva, enseñando las tres libras. Cara de Ángel queda solo echado en el pasto. Los árboles recortan en pedazos el cielo nublado, caluroso, sucio, sucio, sucio.



lunes, 13 de junio de 2016

Cara de ángel [por Diego Trellez Paz]


Hace una semana falleció Oswaldo Reynoso. Tenía 85 años y la muerte lo abrazó mientras dormía, mientras estaba quieto. Lo suyo, sin embargo, nunca fue la calma sino el hervor, la rebeldía, el desacato, la efervescencia. Lo conocí en Lima hace dieciséis años, en su casa de Jesús María. Era un hombre grueso, con aire bonachón, que se distinguía por sus lentes ovalados y una melena abundante, lacia y canosa. Ya, por entonces, era célebre por debajo: entre los estudiantes, los escritores, los militantes románticos, los adolescentes insumisos, los periodistas bohemios que escriben novelas en secreto. Tenía fama de muchas cosas y todas llevaban adjetivos resonantes que escondían alguna historia de su vida agitada: el escritor maldito, el marxista rabioso, el homosexual esteta, el maestro cálido, el bestseller clandestino, el ángel exterminador de la Lima más cucufata y reaccionaria que, alguna vez, lo acusó de pornógrafo y pidió públicamente la quema de sus obras.
La historia de nuestro encuentro es la historia de muchísimos escritores jóvenes e impetuosos que, enfermos de literatura, muertos de miedo ante ese fuego creativo que les explotaba por dentro, le tocaron la puerta temblando. De alguna manera también era su historia, el relato de vida de ese aguerrido joven arequipeño que había llegado a Lima y solo quería escribir. La publicación de Los inocentes: relatos de collera (1961), su inusual y vigoroso primer libro de cuentos, trazó una forma novedosa de plasmar las transformaciones de una Lima pauperizada, hostil y en constante ebullición. A través de este libro maravilloso, Reynoso supo darle forma a un lenguaje vivo que, emulando el léxico callejero pero sin dejar de lado su potencial lírico, abordó sin tapujos la atracción y el miedo a la homosexualidad en los ritos iniciales de una pandilla de jóvenes entrenados en la calle para no demostrar su debilidad.
“Me gusta el olor de mi cuerpo el olor de las muchachitas de mi barrio me arrecha sobre todo en verano tienen olor a pescado a fierro en invierno no se lavan y apestan rico las manos de Gilda” dice uno de los protagonistas, y es casi tangible la música de esa prosa en la que, como bien señaló José María Arguedas, convergen “la jerga popular y la alta poesía, reforzándose, iluminándose”. Con En octubre no hay milagros (1965), su primera novela, Reynoso hace gala de ese esplendor verbal para abordar la áspera realidad de un Perú socialmente quebrado. El libro causó mucho revuelo y no fue bien recibido por la crítica. José Miguel Oviedo, por ejemplo, trató a Reynoso como un “marxista rabioso” que estaba “fascinado por la abyección, la morbosidad y la inmundicia”, y recomendó arrojar “sin más, a la basura” una novela hecha de “páginas hediondas”. Luis Alberto Sánchez, por su parte, fue mucho más comedido y técnico al señalar el pesimismo que exhibía esta obra que penetraba “en un mundo de contradicciones y de sortilegios frustrados. El mes de octubre es, en Lima, el clásico mes del Señor de los Milagros, en que se rinde homenaje a un Cristo tradicional salvado de un terremoto del siglo XVIII. La multitud sigue a pie la imagen venerada. Pero, en el suburbio, para los miserables, no hay milagros, ni Señor de los Milagros, no tienen esperanzas ni fe”.
Si bien la obra de Reynoso no fue vasta ni copiosa, su producción literaria y su labor como promotor y soporte de los nuevos escritores fue sacrificada y constante. Sus novelas posteriores siguieron explorando, formal y temáticamente, lo que Maynor Freyre reconoce como “el panorama sentimental, político y socio económico” del Perú. Lo hizo siguiendo la vena experimental, sicodélica y alegórica en El escarabajo y el hombre (1970) y, tras veintitrés años de silencio narrativo, a partir de su experiencia de doce años en la República Popular China, lo plasmó gracias a su prosa sensual y sinestésica en la novela corta En busca de Aladino (1993) y en Los eunucos inmortales (1995), la que, para muchos, es su obra más compleja.
Oswaldo Reynoso ha muerto y las letras peruanas están de duelo. Aunque escritores de otros países como Pedro Lemebel, Alberto Fuguet, Gabriela Cabezón Cámara o Mariana Enriquez llegaban a Lima para verlo y conocerlo y beber o jugar sapo con él, mientras escuchaban valses peruanos y la música de la Sonora Matancera en el bar Queirolo del Centro o en El Sapo de Oro de Breña, su literatura no logró traspasar las fronteras del Perú ni ganarse ese sitial de leyenda que Reynoso gozó aquí en su patria hasta su muerte. Alguna vez su maestro, el poeta Martín Adán, luego de leer Los inocentes, frente a un copón de pisco en el mítico bar Palermo, le dijo que se prepare porque iba a sufrir. Adán había vislumbrado la maestría de la obra de Reynoso y, por eso, con capacidad de profeta, para protegerlo, le habló del dolor. Es quizás, por eso, que Oswaldo siempre protegió a los escritores más jóvenes, aquellos que, como yo, llegamos temblando a su casa, buscando su palabra, esperando su venia, su generosa aprobación.

jueves, 9 de junio de 2016

Videoreseña de Los Inocentes de Oswaldo Reynoso por Daniel Rojas Pachas


Oswaldo Reynoso, autor de algunos libros imprescindibles de la narrativa peruana de los últimos 50 años como En octubre no hay milagros (1965) o El escarabajo y el hombre (1970), murió recientemente, el 24 de mayo de 2016. Nacido en Arequipa en 1931, fue además profesor de literatura en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, conocida como La Cantuta.
Daniel Rojas Pachas ahora nos escribe sobre su obra más recordada Los inocentes (1961), libro controversial tanto por su temática como por su arriesgado uso del lenguaje.

Un corazón a la altura de tu genio: Los Inocentes de Oswaldo Reynoso

Lima es “un gigante que crece zarandeado, martirizado, casi ciego” dice José María Arguedas en su artículo de 1961 titulado "Un narrador para un mundo nuevo" refiriéndose a Los inocentes (1961) de Oswaldo Reynoso. Obra que a lo largo de los años ha sido comentada por autores como Fabián Casas, el cual indica:
Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco o Los inocentes del peruano Oswaldo Reynoso. Libros que no se plantean representar a un país. Que lo representan más bien como una fatalidad. Que no están escritos con la antena en las modas. Y que crecen, al igual que la buena literatura, con la contingencia de las matas de pasto en los intersticios de las paredes viejas.
El mexicano Martin Camps agrega:
Tuve la oportunidad recientemente de traducir al inglés su cuento "Cara de Ángel" formidablemente escrito y que registra el lenguaje de las calles de Lima. Autor que desafortunadamente no ha sido traducido al inglés y cuya no obra no ha sido correctamente difundida en otros países latinoamericanos. Podemos decir de Reynoso aquello que refirió Goytisolo sobre la obra de Fuentes: su obra es un océano, pero el de Reynoso es un mar calmo y profundo. El escarabajo y el hombre tiene páginas que unen la poesía y la narrativa y En octubre no hay milagros debe figurar en el canon latinoamericano.
Reynoso ciertamente logró el reconocimiento de pares de distintas generaciones, asimismo, tiene el merecido título de ser el autor más leído por los jóvenes en el Perú. Año a año miles de estudiantes y lectores en universidades, así como incipientes escritores, descubren Los inocentesEn octubre no hay milagros El escarabajo y el hombre, piezas clave en la narrativa de Reynoso.
Sus libros pasan de mano en mano en ediciones populares impresas por editorial San Marcos, también está la bella edición de Estruendomudo de Los Inocentes que se acompaña de un dossier con fotos y testimonios del impacto de la obra en voz de escritores contemporáneos de la narrativa peruana. Aun así, Reynoso no ha corrido la misma suerte que otros escritores de su época (como Vargas Llosa o Bryce Echeñique o posteriores como Cueto, Bayly o Roncagliolo), logrando la tan ansiada internacionalización o aquello quizás más importante que los mecanismos de visibilidad o estrategias para formar parte del exclusivo canon: el simple hecho de que su obra sea accesible para la mayor parte de lectores del continente y, en esa medida, también se traduzca a otras lenguas para obtener la proyección que sus libros merecen.
Los que tuvimos la suerte de conocerle, compartir y aprender a su lado y, sobre todo, leerlo sabemos que Reynoso nunca fue parte de algún boom, no procuró instalarse en alguna camarilla y menos tranzar influencias. Se dedicó solo a escribir excelentes libros y no se autoimpuso modas o una voz artificial para adaptarse al mercado de ferias y grandes sellos.
Conocidas son sus críticas al establishment de las transnacionales que cambian escritores como estrellas de fútbol. Conocidas también son las declaraciones de Reynoso al respecto:
Yo soy un escritor profesional, pero no soy un escritor ganapán. Estos últimos son los que negocian con las editoriales para escribir una novela cada año. Yo soy creador (…) Hace décadas los escritores latinoamericanos teníamos la oportunidad de leer a los grandes autores de cada país a través de editoriales de mucho prestigio, como Losada. Uno elegía a Losada, porque no iba a publicar libros sin ningún valor. Antes había más contacto en los escritores. Hoy, en cambio, las transnacionales se encargan a través de sus redes de difundir en medios importantes sobre la literatura chatarra. Ellos dominan periódicos y canales de televisión. También dominan los grandes premios literarios. Por esta razón un colombiano, por ejemplo, conocerá a ciertos escritores por sobre otros. Al final, no hay un conocimiento de la auténtica literatura que se hace en cada país. Otro gran problema es que las trasnacionales en forma directa o indirecta inducen a los nuevos escritores a que sigan esa línea de literatura chatarra.
Sirva esto de introducción para aquellos que no conocen a Reynoso y puedan hacerse una idea del hombre detrás de los libros. Ahora hablemos de lo que nos llama, los textos.
El film Los Olvidados (1950) de Luis Buñuel comienza con una voz en off que dice: “Las grandes ciudades modernas, Nueva York, Paris, Londres, esconden tras sus magníficos edificios hogares de miseria que albergan niños malnutridos, sin higiene, sin escuela. Semilleros de futuros delincuentes”.
La novela Gazapo (1965) de Gustavo Sainz nos relata:
Alguien me empujó por la espalda y Tricardio me dio un golpe en la cara con la mano abierta. No sentí dolor, pero algo tibio nació en el sitio del golpe y cerró mis puños. ¿Por qué no? Eso fue. Y aparté con fuerza a uno de los gemelos para quedar frente a Tricardio. Oí un ¡déjenlo solo! seguido de un ¡entíbale, ñeris! y retrocedí, con los brazos pegados a las costillas, antes de lanzar el puño derecho hacia adelante, con todo el impulso de mi cuerpo. Vi a César detener al Negro con un solo gesto, y a uno de los gemelos caminar hacia mí con el cinturón enredado en la mano, suelto el extremo con la pesada hebilla de metal balanceándose.
El libro Rumble Fish (1975) de Susan E. Hinton, adaptado al cine por Francis Ford Coppola (1983) cuenta:
Andaba yo vacilando por Benny's, mientras jugaba al billar, cuando me enteré de que Biff Wilcox quería matarme. Benny's era el antro de los chavalitos del instituto. Los mayores solían ir por allí, pero, cuando los más pequeños se colaron dentro, se largaron a otra parte. Benny andaba muy cabreado por culpa de eso. Los chavalitos no tienen tantas pelas para gastar. Pero no podía hacer mucho más que odiarlos. Un sitio se convierte en un antro, y punto.
Y el film de Meirelles, Ciudad de Dios (2002) abre con una escena en que un grupo de niños y adolescentes liderados por Ze Pequeño corren por los callejones de la favela persiguiendo a una gallina, armados de automáticas y ametralladoras para toparse en una encrucijada con la policía.
Los inocentes de Reynoso (1960) parte de esta forma:
Febrero, (un día cualquiera).
2 p.m.
Metió las manos en los bolsillos y fue más hombre que nunca.
"El semáforo es caramelo de menta: exquisitamenta. Ahora, rojo: bola de billar suspendida en el aire".
El sol, violento y salvaje, se derrama, sobre el asfalto, en lluvia dorada de polvo.
"Así me gusta: bajo el sol, triste, y con las manos en los bolsillos. (Sólo los viciosos tienen esa costumbre).
¡Al diablo con la vieja! Con las manos en los bolsillos.
Porque quiero. Porque me da la gana".
Entró por Moquegua al Jirón de la Unión.
¿Qué tienen en común estas obras literarias y fílmicas entre sí?
Ciudades monstruosas, grandes capitales y al interior de ellas barrios miseria: México-Distrito Federal, Sao Paulo, Lima. Adolescentes violentos arrojados a un mundo abusivo y brutal y al cual responden con descaro y una malicia que termina por arrastrarlos al crimen.
Sin duda, el ingresar a esa realidad requiere un conocimiento del lenguaje vernacular, un manejo de la jerga de la calle y una exploración sensible de todo un universo de relaciones capaz de no volver la representación trivial (tal como señala Avelar*) haciendo del relato una caricatura grotesca o un panfleto moralista sobre el abandono y el mundo de las pandillas.
Los inocentes de Reynoso guarda todos esos ingredientes en su pequeño cuerpo de no más de 60 páginas y eso la hace una obra imprescindible dentro de la narrativa latinoamericana. Oswaldo se anticipa a todas estas obras y seguro que a muchas más en esta materia. Claro, Los olvidados precede a la novela del peruano, pero Reynoso de hecho declaró haber quedado impactado con la cinta e incluso confiesa haber querido ir más allá explorando esa herida de nuestras grandes ciudades y sus extramuros.

Hay que agregar además que Los inocentes, a diferencia de Los olvidados de Buñuel, está libre de todo tono maniqueista. La cinta del español desde su inicio nos plantea el problema como un asunto sociológico, una historia verídica que apela a las fuerzas progresivas de la sociedad e invita a todos los ciudadanos a reflexionar y actuar en pos del bien de la comunidad y acabar con este flagelo, además no es insignificante la inclusión de un discurso bastante manipulador y sensiblero en voz del director del reformatorio al que envían a uno de los protagonistas tras ser acusado de robo. El diálogo de este personaje acusa a los padres de no hacerse cargo de estos jóvenes y es casi un sermón puesto ahí para conmover al espectador. Según mi parecer en la obra de Reynoso no hay tentativas de solución ni fórmulas. De hecho la situación de la collera (pandilla) compuesta por Colorete, El príncipe, Cara de Ángel, Carambola y los demás es relatada con naturalidad, libre de maquillajes o la tentativa de buscar culpables y apuntar con un dedo, es más, el lenguaje en los diálogos resulta verídico y representativo de las calles de esa época y se amalgama con bellas descripciones poéticas que estimulan de forma sinestésica la ambientación de una ciudad abismal así como el deseo y las frustraciones de los adolescentes. No hay sesgo que oriente al lector a tomar una postura o actitud, no hay una tesis explicita de por medio, solo sutileza y una estética desbocada que narra:
Estoy sudando y me gusta el olor de mi cuerpo el olor de las muchachas de mi barrio me arrecha sobre todo en verano tienen olor a pescado a fierro en invierno no se lavan y apestan rico las manos de Gilda olían a marisco a mar las piernas de Gilda buenas buenas buenas esta noche voy a México y no tendré miedo y el viejo si insiste un poco más casi me lleva da asco con viejo pero la camisa roja bonita Colorete es cochino con Yoni tal vez quince días que no me lo toco y parece que revienta con el sol las bolas hacen carambola jardinera dados gigantes que chocan contra el mar siempre siete siete cuando se pide los senos de Gilda con leche tibia y dulce playa mar ruido olas música azul con verde miel helada en la lengua aguadulce retumba en ola en roca el mar roca en agua y ola tumbo en tumbo en roca amor en roca Gilda en roca cara sol Yoni mar en cine fruna en mar roca roca en tumbo cara roca mar
Quizá la única parte de Los inocentes que podría sentirse como una especie de mirada sentenciosa de la violencia de las calles, es matizada con técnica aplicando un rompimiento de la ficción y el mismo autor, de modo tenue, ingresa a la obra como testigo, observador de los movimientos del Rosquita siguiéndolo por las micros, por las calles de Lima y por las barreadas y es curioso porque Rosquita es el menor de todos en la pandilla y es un niño con una enfermedad del hígado, en esa medida su identidad aún no se ha definido y su fragilidad es latente, no así sus compañeros que bordean los diecisiete años y hablan por sí mismos. A la vez, ingresamos a sus mentes penetrando con profundidad en su psiquis, las obsesiones y miedos que los acosan y para eso Reynoso recurre con pericia a otras formas de narrar, fluir de la consciencia, voces que se superponen en una maraña de diálogos, recortes de prensa que ingresan como soporte para afianzar el encuadre de un hecho y breves flashbacks. Podría seguir enumerando las distintas facetas que la obra tiene, sin obviar que además es un libro coral a lo Mientras Agonizo de Faulkner.
Ahí quizá está la relación de Los Inocentes con Gazapo y, por qué no, de Reynoso con Gustavo Sainz, pues a estos autores no se les puede encasillar como escritores que tan solo desentrañan lo urbano y se atreven a ingresar a la contracultura**, sino que por sobre todo son experimentadores del lenguaje, observadores de la realidad e intérpretes de su propia voz, multifacéticos y exploradores... pero no nos desviemos del tema. Ambas obras, una en México la otra en Perú, desencadenan la narrativa del folclor y el indigenismo, nos sacan del mundo rural y el mundonovismo. Gazapo nos introduce al DF de la onda, un under juvenil plagado de sexo, rock y contracultura. ¿Qué hay de Los Inocentes? Bueno no por nada el alter ego de Los Inocentes es Lima en Rock y generó un escándalo mayúsculo en la hipócrita ciudad de los reyes por su léxico desenfadado, el uso de groserías..., pero principalmente por el homoerotismo latente, aspecto innovador y arriesgado que la lleva más allá que la obra de Sainz a la hora de explorar el temprano conocimiento del placer, el cuerpo, el desamor y las motivaciones sexuales detrás de la violencia en estos jóvenes.
Hay una escena en particular en la cual Colorete, el más cruel de la pandilla, obliga a Cara de Ángel (el apostador del grupo y el más bello al punto que lo apodan la María Félix o la María Bonita, lo cual genera en el menor complejos de inferioridad y una sumisión ante los otros), a masturbarse frente a todos tras una pelea en que sus cuerpos se trenzan en una lucha cuerpo a cuerpo en la cual sudan y se olfatean como animales. En medio de la escaramuza los pensamientos de ambos fluyen en torno a recuerdos en los cuales se entrevé una lucha por el liderazgo, resentimientos y el deseo de aceptación y piedad de los demás, pero también sentidos momentos en que la indefensión los ha alcanzado y han compartido un mendrugo de pan o han querido impresionar al otro mostrándose mejores ante las chicas del barrio o procurado ocultar sus debilidades en cosas triviales como unos calcetines raídos o pies sucios. Toda la situación entraña un contraste de furor y ternura inusitado. La obra de Reynoso sin duda ingresa a terrenos muy adelantados no solo en el plano estético y narratológico sino también en el desarrollo de contenidos. La cita que abre el libro tomada de Jean Genet no es casual:
Yo tenía dieciséis años...
en el corazón pero no tenía
ni un solo lugar donde colocar
el sentimiento de mi inocencia
Por lo mismo, la crítica más certera lo emparenta con Puig y, sin duda, su obra no podía dejar indiferente a la Lima de los sesenta, pacata y aun hoy con un catolicismo recalcitrante. Defensores de la moral e incluso críticos literarios del momento acusaron a Reynoso de obsceno y a Los Inocentes como corruptora de menores, pasquín pornográfico que daba voces e importancia a los marginales igualándose a ellos.
La escritora Regina Limo nos da algunas señas del remezón que la obra generó en su momento:
Nadie se atrevía a decir en voz alta por qué era inmoral. Apenas se mencionaba a los jóvenes rocanroleros que aparecían en sus páginas (por ello, Manuel Scorza, la tituló -en una nueva edición- Lima en rock). No se decía que algunos de estos jóvenes se deseaban entre ellos y confundían la pasión con los golpes, forcejeando entre erecciones. Y de eso no se hablaba ni siquiera entre los intelectuales limeños, tan bohemios y liberales, que habían conocido, incluso, a Ginsberg. En el pasado, Valdelomar era una anécdota, y Duque de Diez Canseco, un tratado de chismes.
A mi parecer es esa profundidad con que se exponen las personalidades del grupo, su interacción y motivos, la que hace de estos personajes inmortales y entrañables y cada momento en la obra juega un papel fundamental. Nada se encuentra expuesto al azar a diferencia de lo que podemos encontrar en Ciudad de Dios donde el verdadero personaje es la ciudad. Me refiero a que en la película en muchos casos los sujetos actúan con brutalidad tan solo porque la ciudad los ha hecho así y no alcanzamos a entrever algún sustrato, solo una suma de historias que entran y salen de nuestro foco de atención y que en la yuxtaposición generan el ambiente. Me explico, el caso más emblemático es el de Ze Pequeño quien es un psicópata del cual nunca a lo largo de toda su historia sabemos lo mínimo, ¿qué lo mueve? El poder, el deseo de apoderarse de ciudad de Dios, el querer revertir su sentimiento de inferioridad al ser la mascota del trío ternura y querer imponerse a todos ellos, todo eso queda en mera especulación y al final hace del personaje unidimensional y por momentos un tanto caricaturesco.
Quizá la única forma de entender al personaje es a la luz de su amigo Bene y la búsqueda aspiracional de este por salir del inferno de la favela a través de la ropa, la novia sexy y las fiestas con niños bien. En Los inocentes, sin duda, aún no entramos en la atmósfera sórdida de la Lima plagada de pasta base y niños que aspiran pegamento en bolsas, toda una generación abortada de pequeños que paradójicamente fueron apodados pirañitas por moverse en bandadas y atacar a los transeúntes. La historia de Reynoso se hace cargo de su tiempo pero anticipa esa Lima que vendrá al decirnos:
Si en algo has fallado ha sido por tu familia, pobre y destruida; por tu Quinta, bulliciosa y perdida; por tu barrio, que es todo un infierno; y por tu Lima. Porque en todo Lima está la tentación que te devora: billares, cine, carreras, cantinas. Y el dinero. Sobre todo el dinero, que hay que conseguirlo como sea.
Y ese devenir trágico no se construye de modo etéreo. Los personajes presentan matices y hondura.
Colorete el más violento del grupo se nos presenta a través de pequeños momentos que cruzan los relatos dedicados a sus compañeros, lo cual lo sitúa como una influencia poderosa y suerte de fuerza natural, sin embargo, en su fuero Colorete es temeroso, carente de identidad o alguna divisa que lo haga especial pues Cara de Ángel tiene el juego y su belleza, El príncipe enamora a las mujeres mayores y de pronto es reconocido como el más avezado del grupo por perpetrar asaltos, lo cual es una punzada constante en la autoestima de Colorete. Natkinkón es alegre y bullicioso, Carambola es el mejor en el billar y ninguno de ellos tiene miedo a las mujeres, por eso cualquier muestra de ternura que tengan hacia él, alimenta una violencia implosiva que alcanza el summum en el rechazo de la muchacha que dice amar cuando en una fiesta esta le indica estar cansada y se niega a bailar para acto seguido pedirle a un joven estudiante de derecho le enseñe un paso de twist. Juanita buscando salir del barrio aprovecha su belleza para ligarse a chicos de dinero y abandona a quienes fueran sus amigos, lo cual sirve como un espejo para que Colorete sea testigo de su miseria.
Por su parte, El príncipe en la escena en que es interrogado por un policía bruto que no sabe escribir bien la palabra diecisiete en el parte, corrige al funcionario y con sorna se rehúsa a dar a conocer las razones que lo llevaron a robar a un borracho y luego sustraer un auto. La verdad detrás del actuar del joven se revela tan solo al lector por medio de pequeños saltos temporales en la mente del muchacho, los cuales se cruzan con la historia de Carambola, uno de sus amigos y con el cual disputa el amor de Alicia. Vemos la traición y los celos, la frustración y también la malicia en El príncipe pues el rechazo de Alicia lo lleva a jugar con el amor que le profesa el peluquero homosexual del barrio, Manos Voladoras, mismo que le diera su apelativo de príncipe, y del mismo modo esta situación es la que lo conduce a los brazos de una mujer mayor con la cual se acuesta y la cual lo mima por su indefensión y pobreza. De este modo Reynoso no solo nos traduce la situación de sus personajes sino que va edificando toda una atmósfera que nos envuelve y da cuenta del fracaso y las pequeñas aspiraciones que están en juego. Las compensaciones que se buscan entre tanta miseria.
(Sí, soy un cojudo, pero por culpa de Alicia y de Dora. Manos Voladoras también tiene la culpa. Siempre con la misma vaina: eres un Príncipe, eres un Príncipe. ¿Y cómo, en la Ciudad de los Reyes, un Príncipe sin auto y sin plata?: la hueva, compadre).
Al final nos damos cuenta que son solo niños sometidos al rigor y la humillación.
Por último y no menos importante si pensamos en la obra de Susan E. Hinton, tanto Rumble Fish como The Outsiders nos presentan la lucha entre los greasers y los socs en un mundo en que los adultos sobran. Casi como si estuviéramos en El señor de las moscas, los jóvenes se desenvuelven en un mundo en que las reglas las ponen ellos y lo que se prioriza son las relaciones de fraternidad, la lealtad que solo pervive en el grupo de amigos siendo estos una respuesta al abandono de los adultos, a su corrupción.
La niñez y la juventud son tesoros en riesgo por eso la máxima "Stay gold Ponyboy". De cualquier modo la obra tiene una mirada romántica de las pandillas y tiende a sobreestetizar el drama y las pugnas de poder, por momentos la obra pierde tensión dramática para dar paso a una glamurización de los devaneos que sufren y lo mismo ocurre en la versión fílmica, en la cual por momentos parecemos asistir a un videoclip. No podemos negar que las escenas de pelea en los subterráneos, cuando Rusty James se enfrenta al intoxicado líder de la banda rival, por bien filmada que esté y por mucho que se genere una atmósfera, sentimos a ratos estar en algo a medio camino entre West Side Story y "Beat It" de Michael Jackson.
En la obra de Reynoso el mundo de los adolescentes también guarda esa connotación de espacio de refugio frente a los adultos, es claro que tienen sus códigos y los mayores sobran, sin embargo, así como no hay panfleto tampoco existe ese ánimo de pretender enaltecer el mundo juvenil y la rebeldía y exponerlo como algo totalmente antagónico a la adultez, de hecho todo es una prolongación del mismo mundo, un nudo gordiano que los ata a todos y los condena de algún modo a transitar los mismos pasos y contaminarse entre sí.
El mundo adulto sin duda envilece a los jóvenes, los persigue como sombras abusivas, tal es el caso del Doctor que paga por tener cerca a Colorete y esa situación genera cuestionamientos alrededor del grupo pero también es la alternativa en la búsqueda de sustento a través de la prostitución. Esa coerción sobre el cuerpo y el dinero mediando se vuelve parte del entendimiento del otro. En un sentido opuesto, uno de los pocos personajes adultos de Los inocentes, el choro plantado, se presenta como una especie de modelo para todo el grupo, un hombre de experiencia que ha pasado tiempo en la cárcel, conocedor de mundo y un ídolo del billar, lo cual lo vuelve una especie de figura paterna sobre todo para Carambola, al cual bautizó de pequeño por estar siempre a la saga de sus pasos queriendo colarse a los salones de juego. En esta relación tampoco hay estereotipos. Ese creo es uno de los grandes méritos de la obra de Reynoso pues no subestima al lector entregando caricaturas o visiones idealizadas, el desencanto vital, el desamor se puede palpar cuando Carambola y el choro plantado comparten un diálogo sobre la pérdida de la virginidad. El capítulo cierra con un momento memorable pues el choro plantado le cuenta las razones de su encarcelamiento, haber matado a su mujer que le era infiel y al ver partir a Carambola entusiasmado por su novia la obra nos expone:
El Choro Plantado, con las manos en los bolsillos y las solapas del saco levantadas, solo, parado en la puerta de la cantina, vio la casaca roja de Carambola perderse en la neblina. Y mientras caminaba dijo, despacio, hablando consigo mismo: "Casi todas las chelfas son iguales. ¡Pobre Carambola! Si supiera que su tal Alicia es más puta que una gallina. Todas las gilas son igualititas. ¡Pobre Carambola!".
Este repaso de algunas obras emblemáticas que han pretendido abordar la situación de los jóvenes y la violencia que los rodea, ha tenido solo una intención, mostrar que Reynoso no es encasillable y que su libro Los inocentes, pese a ser un texto que tiene más de cincuenta años, sigue vigente y en muchos aspectos anticipa situaciones que las otras novelas y filmes en algunos casos pasaron por alto o no tuvieron la sensibilidad para tratar sin retóricas exageradas o discursos en que lo testimonial se traga lo literario.
En esa medida epítetos como el "best seller clandestino" o "el secreto mejor guardado de la narrativa peruana" debieran, sobre todo en un mundo como en el que vivimos, interconectado y sin fronteras, al menos en lo virtual, quedar atrás y aunque el autor ya no está con nosotros, saber que su obra tiene un corazón a la altura de su genio

Guanajuato, México, 2016

Notas
*Avelar se refiere al duelo del genocidio pero sus planteamientos dan cuenta acerca de cómo se narra aquello que no se puede nombrar. “La trivialización del lenguaje y la estandarización de la vida, que vacían de antemano el poder didáctico del relato y lo sitúan en una aguda crisis epocal, derivada precisamente de ese divorcio entre la narrativa y la experiencia.
**Quisiera atreverme a afirmar que, además, la pintura y la poesía están algo encadenadas en nuestro país. La narrativa lo estaba hasta la aparición de Los Inocentes, de Oswaldo Reynoso. Me refiero al encadenamiento a los estilos, formas y temas precedentes. (...) Mientras leía los originales de los cuentos de Oswaldo Reynoso creí comprender, con júbilo sin límites, que esta Lima en que se encuentran, se mezclan, luchan y fermentan todas las fuerzas de la tradición y de las indetenibles fuerzas que impulsan la marcha del Perú actual, había encontrado a uno de sus intérpretes. (Arguedas 1963).